Érase una vez hace mucho tiempo, antes que
los hombres habitaran la tierra, existía un lugar misterioso vigilado por un Hada.
Todos sus seguidores siempre estaban dispuestos a servirles.
En un momento, cuando unos malvados amenazaron
el lago y sus bosques, todos acudieron al hada y ella les imploró que la
acompañaran en un peligroso viaje, a través de ríos, pantanos y desiertos en
busca de la Piedra de Cristal; la única salvación para todos.
Se enfrentaron a bestias terribles;
caminaron día y noche, y vagaron perdidos en el desierto sufriendo el hambre, y
la sed. Ante tantas adversidades muchos se desanimaron y terminaron abandonando
a medio camino, hasta que solo quedó uno, llamado Sombra. No era el más
valiente, ni el mejor luchador, pero igual continuó junto a ella hasta el
final. El Hada le pregunta ¿Por qué no abandona como los demás? – Con
asombro – Sombra respondía siempre lo mismo ‘’dije que la acompañaría a
pesar de las dificultades y eso es lo que hago’’.
Gracias a su leal Sombra pudo el Hada por
fin encontrar la Piedra de Cristal; pero el monstruoso Guardián de la misma no
estaba dispuesto a entregársela. Entonces Sombra, se ofreció a cambio de la
Piedra quedándose al servicio del tenebroso vigilante por el resto de sus días.
La poderosa magia de la Piedra de Cristal
permitió al Hada regresar al lago y expulsar a los seres que perturbaban sus
tierras.
A pesar del logro, cada noche el Hada
lloraba la ausencia de su fiel Sombra, pues había surgido un amor fuerte como ningún
otro. En su recuerdo queriendo mostrar el valor de la lealtad y el compromiso,
regaló a cada ser de la tierra su propia sombra durante el día y al llegar la
noche, todas acudirían al lago, donde consolarían y acompañarían a su triste Hada.
- Edith Gil.